Los ateos generalmente no utilizamos muletillas como gracias a dios, si dios quiere, dios mediante y demás; esto hace que los creyentes más imbuidos, entre los que contamos parientes y amigos, sospechen nuestra posición distante frente a las religiones, lo que generalmente ocasiona diálogos que a veces se transforman en acaloradas discusiones por obra y gracia del desespero que nos causa escuchar las motivaciones más excéntricas a la hora de defender la creencia en un ser supremo amoroso; o por la comezón que siente nuestro interlocutor al enterarse de nuestro “problema”.

Pese a que nuestra posición es crítica y hace uso de la lógica elemental para llegar a las mentes más encantadas con la magia del “creador”. Estas personas, en el mejor de los casos, terminan diciendo que la fe no es algo que se pueda razonar (cosa totalmente cierta) y, aún así, el desentono que sienten entre nuestras razones y sus creencias no es motivación suficiente para que se tomen la libertad de reconocer que nuestro punto de vista es interesante y merece ser analizado. Debe comprenderse que arriesgarse a derribar una montaña de mitos y dogmas amontonada desde la infancia no es algo que pueda considerarse campantemente. Ser también lógicos y consecuentes con este último detalle es menester para conservar nuestra integridad emocional y cardíaca.


Pero tal vez una de las excusas que más frecuentemente escuchamos y que nos inquieta es que la religión tiene el poder de cambiar el comportamiento inadecuado de algunos individuos. Abundan los casos de drogadictos, alcohólicos, asesinos e incluso violadores que, después de haber tomado las medidas psicológicas y terapéuticas de rigor, sin resultados positivos, terminan cambiando por completo su actitud peligrosa o autodestructiva después de ingresar a algún culto (generalmente protestante) en el que, según ellos, fueron transformados por el poder de dios.

Los familiares y amigos de estas personas ven como algo positivo que dejen de ser problemas para el sistema penal y a cambio se fanaticen hablando todo el tiempo de dios, envejeciendo su guardarropa y perfumando la biblia con grajo axilar. Hasta un ateo puede quedar sobrecogido ante la conveniencia religiosa en estos casos.

Sin embargo, esta terapia alucinatoria para el individuo tiene graves consecuencias para la sociedad. El mundo necesita más humanistas, personas con criterio científico, que estén dispuestas a aportar su intelecto en pro de objetivos más altruistas, sin necesidad de recibir amenazas post-mortem. La humanidad necesita recuperar el tiempo perdido en la Edad Oscura. Esta etapa triste de nuestra historia que le debemos al fanatismo podría volver si nos permitimos complacer a seres imaginarios olvidándonos de las verdaderas necesidades de nuestra sociedad. Es como ceder a las peticiones de un secuestrador, sabiendo que esto es incentivo para que haya más raptos extorsivos.

El que ha sido “convertido y salvo”, considera que debe compartir su dicha (que en realidad es el reemplazo de una turbación por otra). De esta forma comunica su deslumbramiento con una alta dosis de emotividad que roza con el sentimentalismo barato. No es difícil contagiarse de este atolondramiento, en realidad es un mecanismo de defensa mental que nos lleva a tomar el camino más fácil, pretendiendo que nuestro problema se soluciona sustituyéndolo con supersticiones.

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